jueves, 22 de agosto de 2013

Leo se Mata



Descubrí que el viaje diario al trabajo es idéntico a los que realizo cada año para huir del reinado de belleza o del carnaval. Que las calles cada vez son diferentes y nuevas. Las miro con renovado asombro cada vez. 

En cada parte lo mismo, como siempre, pero cada vez rostros y situaciones nuevas, como un carrusel de tío vivo que no acaba de pasar: perros vapuleados, mendigos y hermosas putas vestidas de sastre camino a la oficina, elegantes misóginos en kilométricos autos camino a la empresa. Siempre camino a algo, siempre en pos de algo, siempre buscando algo: la muerte y la vida, una cosa u otra, y las dos. Frutas contaminadas en cada esquina a 1000 pesos la porción. El eterno sol y los cerros, escenografía obligada en todo viaje, pero que son siempre y en cada rincón de la tierra, la misma tierra ofendida y humillada.

En algún lugar de cualquier calle está mi buen amigo Leonidas. Su e-mail en Internet se llama leosemata. Ha sido una larga espera la suya, esa de reunir el valor necesario para convertirse en un despojo que los demás recogerán a pala y luego botaran por ahí. Pide dinero, asalta viudas, roba y vende libros (pertenece a la ultima generación de ladrones ilustrados e ilustres, de los que no roban hospitales, sino que propician la fluida circulación del conocimiento).

Leo es un despojo vivo, una llaga seca, muy seca. De ojos grandes y amarillos, huele limpio y ríe francamente y a carcajadas, mostrando sin pudor sus caninos amarillos. Luego suelta de improviso y a quemarropa una genial poesía que cambiará enseguida por un helado, o una revista para vender.

Durante años ha vivido en pensiones de a cinco mil pesos la noche, de las que escapa sin pagar dejando ropa, cigarrillos y poemas. Amando a puticas que se lo dan gratis, puticas de coño apretado, cuenta él. Seduciendo a locutoras de radio, obesas y de cuello ancho, de pelo corto de crin de caballo; viudas con peluca, mujeres gordas y cultas, que le piden que se las folle de pie, en el baño; o sobre la mesa en la que le han obsequiado un almuerzo, o un pase de marihuana. O tras la puerta de la oficina en la que lo han citado con la excusa de comprarle un libro. Que un poeta a lo Chopin, tísico y a punto de morir, se las folle en el baño, es la fantasía de sus vidas. Una aséptica travesura que luego contarán a sus amigas en el salón de té.

Leo habla francés y domina a todo lo ancho y a todo lo largo, la poesía contemporánea. Su plan suicida se titula Proyecto M. El año pasado buscó sin éxito un mecenas que lo mantuviera un año para terminar con calma su novela, en la que narra minuciosamente su romance con Hilda Calzeta, a la que buscó de ciudad en ciudad, viajando siempre a pie de una ciudad a otra, siguiendo la línea de la costa, seguido muy de cerca por un ángel, cuya única señal visible eran las huellas de pequeños pies que aparecían de la nada, del aire, caminaban en círculos en la arena y desaparecían luego, en el aire, en la playa inmaculada.

Leo lee las cartas del tarot, es un iluminado del I ching. La droga ha abierto en su chacra cerebral conductos permanentes que espíritus pitonisos avisados, utilizan para narrarle fielmente al oído lo que ocurrirá al cliente de turno.

Mientras se decide a morir, medita minuciosamente el momento y la hora, la forma y la circunstancia. Como si le importara a alguno de verdad tanta inútil ceremonia, darle largas a un final anhelado secretamente por todos cuanto le rodean. Por sus amigos poetas, sobre todo, ansiosos de brincar sobre su cadáver, hincar los dientes y llevarse un pedazo de la inmortalidad de Leo, el poeta pederasta.

Eva Durán

No hay comentarios:

Publicar un comentario