miércoles, 25 de septiembre de 2013

Sonia Osorio y Alejandro Obregon

Una Autentica Historia de Amor




Sonia Osorio, la bailarina que llevó triunfalmente el mapalé, el bambuco y  la cumbia de Colombia a todos los países del mundo, nació en Bogotá el 25 de marzo de 1928, pero desde los ocho meses vivió en Barranquilla, al cuidado de su abuela, la próspera empresaria Elvira de Saint Melo, quién tenía una fábrica de maquillaje. Allí creció como una reina, libre, consentida y salvaje. Entre danzas y arrumacos. Como hija, nieta y bisnieta única, toda la casa familiar giraba alrededor suyo.
Pero a los nueve años fue obligada a mudarse a Bogotá con su padre Luis Enrique Osorio y su madre Lucia, lo que fue un verdadero trauma para ella: pasar del pechiche sin límites, los colores y la música de las casas amplias y luminosas del barrio El Prado, al frío y el gris capitalino.
Su madre era pianista e hija del director de la orquesta sinfónica; su padre fue un hombre súper dotado, educador, sociólogo, comediógrafo, novelista, músico y poeta, y uno de los fundadores del teatro colombiano. Gran amigo del presidente venezolano Rómulo Betancourt, llevó su trabajo a múltiples escenarios del mundo entero. Sobre esta privilegiada plataforma se educó Sonia, quién tuvo la inmensa fortuna de disfrutar, de manos de su padre, de una esmerada formación intelectual. A donde quiera que iba, estudiaba baile, llegando a ser discípula personal de Madga Brunner, primera figura del ballet de Viena.
Se casó a los 16 años en Barranquilla con el industrial y cónsul alemán Julius Siefken Duperly, y fue madre a los 17 años. En este primer matrimonio tuvo dos hijos: Kenneth y Bonny. Llevaba casada ocho años, con una mala relación de pareja, hasta que una noche su vida cambió para siempre. Se encontró a la salida del Cine Metro con el industrial barranquillero Pedro Obregón y su hijo Alejandro, y el primero le sugirió al novel pintor: “¿Por qué no retratas a esta mujer tan linda?”. Alejandro respondió que sí, sin pensar, y nadie imaginó lo que esa inocente propuesta traería consigo.
Alejandro había nacido en Barcelona en 1920, y era nieto, por línea materna, del alcalde de esa misma ciudad catalana y de un banquero inglés, y su padre Pedro era el dueño de textiles Obregón y pariente de los Santodomingo. Tuvo la educación típica de la altísima elite social inglesa, muy fría, muy rígida y estricta, alejado de sus padres, vestidito de marinero, con nodriza e institutrices alemanas y francesas. Nada presagiaba al pintor rebelde y revolucionario que sería.
Fue nombrado muy joven vicecónsul en Barcelona y en ese cargo conoció a la que sería su primera esposa, Ilva Rash, hija de su jefe, el poeta y cónsul Miguel Rash-Isla. Se casaron en 1943 y se instalaron en Barranquilla en 1945, huyendo de la segunda guerra mundial. El carácter finísimo, discreto y retraído de Ilva, chocó de frente con el desparpajo, el caos y el furor del trópico. No podían ser más diferentes. Alejandro empezó a salir solo y a divertirse por su cuenta.
Alejandro y Sonia se conocían de vista desde niños, pero el ángel del amor se demoró en apuntar su flecha hacía ellos. Durante temporadas de su niñez y juventud, vivieron a sólo una cuadra de distancia, ya que la casa de la abuela de ella quedaba al otro extremo de la calle y de la casa de los padres de él en Barranquilla, más abajo del Country Club.
En una oportunidad, él se presentó en la ciudad con una novia gringa y la llevó a pasear con sus amigos y amigas del barrio El Prado al río Magdalena. Alejandro agarraba a la gringa, la besaba en la boca y se la sentaba en las piernas. Ese comportamiento, que es visto ahora como algo normal entre enamorados, estaba prohibido y era un verdadero escándalo en los años cuarenta. Al respecto, la novelista barranquillera Marvel Moreno nos cuenta en sus memorias que la presión y la represión moral en Barranquilla era tan oprimente y sofocante que ella descubrió su lugar en el mundo cuando llegó a Paris y observó a una pareja besarse en la calle sin ningún problema. Eso nos da una idea del terremoto que se armó en la ciudad cuando Sonia y Alejandro se fueron juntos.
Se enamoraron durante la elaboración del retrato de Sonia. Ella posaba una hora diaria en el estudio de Alejandro en Barranquilla, y en Bogotá en los altos del teatro Faenza. Prolongaron el proceso a propósito, y el retrato seguía y seguía hasta que la pasión se les salió de las manos, y él no tuvo más alternativa que proponerle matrimonio: "Te invito a que nos muramos de hambre juntos en París, pero te advierto que siempre me levanto de mal genio", le dijo.
La situación era insostenible. Sonia y Alejandro estaban locamente enamorados y no podían vivir el uno sin el otro, pero ambos estaban casados y, para agravar la situación, Ilva Rash, la mujer de Alejandro,  acababa de tener a su hijo Diego.
La familia de Sonia le suplicó que intentara salvar su matrimonio y ella hizo el esfuerzo en Bogotá por un año más, pero no había nada que hacer. Se divorciaron de sus respectivas parejas, se casaron por poder en México y luego civilmente en París. Sonia se llevó a uno de sus hijos con ella para Francia y el otro se quedó con su abuela en Barranquilla. Para sus familiares y amigos, fue un baldado de agua fría. Algunos familiares de Alejandro no le hablaron en muchos años a raíz de esto.
Como en París era muy difícil vivir, consiguieron una casa que tenía como once siglos de antigüedad, en Alba la Romaine (Ardeche). Se instalaron como artistas pobres y bohemios, y vivían de lo que les mandaban sus familias. Sus diversiones eran muy sencillas y consistían en pasear en carretera y conversar con los aldeanos. Sonia bailaba encima de las mesas de los bares y restaurantes, y con esto conseguían beber y comer gratis. Esos años fueron un sueño hecho realidad: se codearon con Picasso y los existencialistas sin un franco en el bolsillo.

Sonia lo recordaba como un marido fuera de serie, que la animaba a perseguir su sueño de ser una artista, le decía que no le importaba que la casa estuviera sucia, ni tener que repetir las camisas sin lavar, que lo importante para él era que ella bailara y se realizara como mujer. Que tenía demasiado talento para andar limpiando. Y le pedía que bailara para él mientras pintaba en el estudio.
–¿Pero para qué quieres que baile para ti, si no me estás viendo? –le preguntaba ella.
–No te veo, pero te siento –respondía él.
Allí estaban, de espaldas al mundo, por encima del mundo: La  bailarina más importante de la historia del país, la mujer más bella de su época, bailando en una antigua y derruida casita de más de mil años de antiguedad, para su amado, para ese hombre que dejó por seguirla a ella familia, honor, reputación y fortuna.
Ella señalaba con los movimientos de su cuerpo sudoroso, el movimiento preciso del pincel, la rotunda vibración de los colores, la alegre profundidad del paisaje. Ella era perfume, privilegio, volcan y música de tambores. Él escribía sobre el lienzo templado frente a él, esa obra de arte que danzaba. Ella canalizaba en su  sangre la fuerza brutal de nuestro exuberante mestizaje. Él  como un escribano afortunado y febril, atrapaba en el aire las tormentas, la furia de los océanos, el oleaje que las caderas de Sonia provocaba, al ritmo de la vieja vitrolita  de música que sonaba en el rincón.
Su historia de amor marcó una época. Era usual que estando juntos en cualquier sitio público, él súbitamente gritara a todo pulmón: “¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te adoro!”. Ella le recriminaba cariñosamente:
– ¿Pero por qué no me lo dices a mi? ¿Por qué tienes que gritarlo para  que todos se enteren?
Y él respondía:
– Me encanta oírmelo decir.
 Alejandro fue siempre un animal de trabajo. Pintaba todo el día, todos los días, y no permitía que nadie le limpiara el estudio. Encontrarlo limpio era una auténtica tragedia para él. Para Sonia era tortuoso, porque ella era muy ama de casa y la suciedad la hacía sufrir. Vivían en una provincia vinícola, y los campesinos compartían entre sí los frutos de su cosecha. El vino era prácticamente gratis. Mientras él bebió toda la vida, ella siempre fue abstemia.
Sonia nunca ahorró elogios para describir a Alejandro: “Difícilmente existe un amante más maravilloso que él, en todo sentido. Era como de mentira. Voluptuoso, apasionado, tenía todos los ingredientes para enloquecerla a una. Y para mí, que venía de una especie de noche oscura, fue como un amanecer”.
A los tres años llegaron los hijos, primero Rodrigo y después Silvana, y para él fue un shock terrible, porque los llantos le interrumpían el trabajo. Pero después vivía maravillado con ellos, como si fuera otro niño. El matrimonio, como tal duró diez años: cinco en Francia y cinco en Barranquilla, pero él se aburrió de la vida monogama y volvió a hacer vida de soltero y a andar con la una y con la otra. A las primeras conquistas que se interpusieron en su relación de pareja, Sonia las enfrentó y peleó con uñas y dientes, pero pronto entendió que Alejandro no era hombre de una sola mujer y, drástica y apasionada como era, cortó por lo sano y se divorció de él.
Luego de la separación, fueron decenas, cientos, las mujeres que pasaron por la cama y el corazón de Alejandro Obregón. Después de Sonia, se enamoró y se casó con la pintora inglesa Freda Sargent, con quién tuvo a su hijo Mateo, y se vino con ellos a vivir a Cartagena. Pero esta experiencia de pareja duraría poco tiempo.
Enamoradizo, necesitó todo el tiempo la compañía femenina. Su hija Silvana asegura que no era tanto que él fuera mujeriego, sino que ellas lo buscaban, y que podía estar con una y siempre había otra llamándolo y seduciéndolo.
Al separarse de Alejandro, Sonia se casó en Panamá con el marqués Italiano del Pogglio Franchesco Lanzoni Paleoti, padre de su último hijo Giovanny. Pero después de estar con un hombre como Alejandro, era imposible para ella estar con uno normal, por lo que la unión duró sólo dos años “muy viajados”.
Separados, Sonia y Alejandro siguieron cultivando y cosechando innumerables éxitos y glorias profesionales. Él era considerado “el pintor oficial del país”, y tuvo el inmenso honor de pintar a sus 53  años el gigantesco mural “Amanecer en los Andes” en la entrada del Hall del edificio de la Organización de las Naciones Unidas. También pintó los murales de las plenarias del Congreso de la República de Colombia. Con su ballet de Colombia, Sonia ganó decenas de premios y condecoraciones, y recibió ovaciones de pie en prácticamente todos los países y en todas las casas reales del mundo.
Pero un día cualquiera algo ocurrió. Ese gran amor del pasado volvió como un torbellino. Entró de sorpresa por la ventana. Un periodista le preguntó en directo por televisión a Sonia Osorio por su vida sentimental. Ella dijo resueltamente mirando a la cámara: “He querido a muchos  hombres, pero amado, amado, solo a uno”. Esa noche, Alejandro la llamó y solo atinó a decir con la voz quebrada por la emoción: “Gracias Sonia”.  
Alejandro murió en brazos de su hija Silvana en Cartagena en 1992, de un tumor fulminante en el cerebro. Descansa en el bello mausoleo que posee la familia Obregón en el cementerio Universal en Barranquilla. Su epitafio (si es que un epitafio puede abarcar una vida) es una sola palabra: “Siempre”.  
A Sonia se la llevó una infección renal hace dos años. Fue despedida entre tambores, cumbias, discursos y cantaores, y enterrada en Bogotá con todos los honores y homenajes que corresponden a la fundadora del Ballet de Colombia. Un carnaval fue su funeral, porque un carnaval fue su vida, como lo fue su relación de pareja con Alejandro: colorida, ruidosa, llena de jolgorio, de música, de libertad, de danza y espontaneidad.
Juntos, poetas del cuerpo y del color, faunos venidos de una época legendaria de druidas y unicornios, escribieron en el lienzo del destino una historia de amor que perdurá en la memoria del arte, más allá de lo que ellos jamás llegaron a imaginar en esas frias, bohemias y luminosas noches de pobreza, música y vino en Paris.




En Alemania ganó el egoismo



Ángela Merkel es la prueba de carne y hueso (y grasa), de porque no soy feminista. Oh si, ya lo sé, es muy políticamente incorrecto decir todo esto. Pero lo expreso porque siempre he sentido que el sentido esencial y único de la política es trabajar por la felicidad de los seres humanos. Pero hojeando el periódico de cada mañana, constatamos que esa premisa sencillamente se quedó en el papel de las bibliotecas de filosofía, durmiendo el sueño de los justos.
Las feministas lucharon por lograr la igualdad con todo el derecho y toda la razón para hacerlo, derecho a la educación y al trabajo, a no ser consideradas objeto, a una sexualidad libre, a la píldora anticonceptiva, al aborto, al divorcio, a acceder a cargos públicos.
Por último, se sedujo a la opinión pública de darle la oportunidad a las mujeres de ocupar responsabilidades importantes en la administración del Estado, porque ellas con su sentido de la justicia y su sensibilidad maternal trabajarían y concretarían un mundo mejor.
Pero líderes como Margaret Teacher, Ángela Merkel, Ana Botella, Cristina Cifuentes, Esperanza Aguirre, Cristina Kirchner, Condolezza Rice, Hillary Clinton, por nombrar sólo a las más famosas, nos comprueba de que hemos sido asaltados en nuestra buena fe.
Existen excepciones, claro que si, como las presidentas de Brazil y Chile: Dilma Rousseff y Michelle Bachelet, pero ya sabemos que la excepción confirma la regla.
Angela Merkel es la mujer más poderosa de la historia del mundo. Y que? Que ha cambiado con eso? Acaso ella está luchando por un mundo mejor? Acaso está trabajando por la fraternidad, la solidaridad, la paz, la ternura, la igualdad de todos los seres humanos, ? Acaso el mundo es mejor gracias a ella? No, para nada, todo lo contrario.
Merkel es el típico político desalmado sin entrañas y sin corazón, que por una aberrante mutación genetica tiene vagina. Pero en su alma es un hombre, el peor de todos.
Millones murieron durante la segunda guerra mundial para impedir que Alemania tuviera el control de Europa. Pero su sacrificio fue en vano, porque sesenta años después la pesadilla se ha hecho realidad.
Y aquí estamos, en las manos de una mujer alemana que parece sacada de una película de ciencia ficción terrorífica: fría, dura, cruel, mega inteligente, una verdadera genio, que proviene de lo más profundo de la pesadilla estalinista de la Alemania comunista oriental, que nunca gestó un bebé en su vientre, que no sabe de ternura, que detesta el contacto humano, que no le gusta que la toquen siquiera, para la muestra de esto último, sólo un botón: hace tres años la cancillería alemana le pasó un memorandum interno a la cancillería francesa (que esta hizo público para poner en evidencia la estupidez y la patológica neurósis alemana) exigiendo que Nicolás Sarkozi dejase de tocar a Merkel en el hombro durante sus encuentros protocolarios.
Es que Angela Merkel siente desprecio por los seres humanos, en vez de corazón tiene una caja fuerte, en vez de estómago un mazo para machacar personas.
Leí hace tres años en el periódico El País, de España (en Alemania esta información esta censurada) como mas de 50 mil alemanes fueron literalmente molidos a palo por la policía, por tenderse en las líneas del tren y negarse a permitir que convoyes llenos de material tóxico nuclear proveniente de Francia fuera enterrado en territorio alemán. Pero Merkel los sacó brutalmente de las vías y se salió con la suya.
Durante las reuniones del G8 cientos de miles de manifestantes fueron atacados por aviones supersónicos, que volaban muy cerca de la multitud, para que la vibración de sus turbinas les hiciese daño.
Durante el pasado invierno, miles de griegos murieron de frío, por culpa de las crueles condiciones establecidas por Merkel y la Troika, el duro costo de pertenecer a la eurozona destruyó a Grecia, y entre muchas otras cosas, suprimió el sistema de calefacción en los hospitales, oigase bien, los hospitales y entidades griegas todas, incluyendo los centros de salud, estuvieron a menos 20 grados de frío sin calefacción. Y este es uno de los muchos aspectos de la infinita crueldad de esta mujer.
Pero esto no sale en periodicos como Frankfurter Allgemeine Zeitung o la revista Spiegel, pues para ellos el resto de seres humanos somos flojos e indignos y nos merecemos lo que nos pasa, o lo que los alemanes nos hacen pasar. Y tienen el descaro de preguntarse porque el resto de Europa los detesta.
Cuando mis amigos colombianos residentes en Madrid se han quejado conmigo del maltrato psicológico permanente al que son sometidos por los españoles, yo les digo: “Tranquilos, los españoles la arrogancia la pagan con creces en Alemania. En este país, centro político, social y económico de Europa, los españoles, italianos, griegos, polacos, turcos, etc, son considerados “premodernos”, europeos vulgares y paletas de tercera clase, que no merecen casi que nada. Y si están aquí, que sea para limpiar letrinas y servir de meseros, vendedores, niñeras y putas”.
La emigración en masa hacia Alemania nunca se ha dado por puro gusto sino por física hambre y necesidad. Los españoles fueron bombardeados por Hitler (socio y amigo de Francisco Franco), pero debieron huir precisamente a Alemania para huir de esa misma dictadura. Ahora deben huir otra vez a Alemania, para escapar del hambre y falta de oportunidades impuesta por la misma Alemania en cabeza de Ángela Merkel.
Los Alemanes solo consideran a su mismo nivel a Francia y a Inglaterra. De hecho, para Hitler luchar contra Inglaterra le parecía una aberración, ya que los consideraba tan arios y tan dignos de conquistar y dominar el mundo como Alemania misma.
Porque para la élite política germana, seis mil años de evolución y progreso humano ha dado como resultado supremo a “Los Alemanes”. Lo más grande y glorioso a lo cual la humanidad puede aspirar o llegar a ser.
Bienvenido sea entonces el Tercer Reich. Y que lo que tenga que ser, que sea.

La princesa asesinada



Esposa, madre y abuela de los próximos tres reyes de Inglaterra, en la celebración del nacimiento de su primer nieto, pocos parecieron a recordar a la princesa de Gales.

A Lady Diana Spencer la matamos todos. La matamos quienes como yo, consumíamos compulsivamente todas las noticias y chismes que corrían sobre ella: el desprecio de su marido, su soledad, su bulimia, sus novios, sus hijos, sus campañas humanitarias.




Era hermosa, sensible, carismática, contradictoria y murió presuntamente asesinada en 1997, con tan sólo 36 años, cuando finalmente había conseguido ser dueña de su vida.  



La mató también su familia, al entregarla como cordero inmolado al sacrificio del trono británico, virgen  y sin amor, para que asegurase un heredero varón. Su verdugo fue Carlos de Inglaterra, un hombre feo, desagradable, egoísta y manipulador cuyo único atractivo es ser el primógenito de la reina. En efecto, según The Daily Telegraph (2001) hasta su propio padre, el duque de Edimburgo, confesó a sus allegados que su hijo mayor no reunía las condiciones necesarias para ser un buen rey, pues es «demasiado extravagante, meticuloso y poco apasionado por el deber».  Dicha extravagancia llega al extremo de que en una ocasion en que se rompió un brazo practicándo polo, contrató a un empleado cuya única función era sostenerle el miembro sexual al momento de orinar.









Diana y su novio Dodi Al Fayed
 Muchos interrogantes quedaron en el aire tras la muerte de Diana en el tunel del alma al lado de su novio Dody Al Fayed:

¿Qué pasó con el auto blanco que según numerosos testimonios manejaba en zigzag delante del Mercedes Negro en el que iban Diana y Dodi con el claro objetivo de estrellarlos?

 ¿Qué pasó con las marcas de pintura blanca que se hallaron en el carro en el que iba la princesa?  

¿Por qué la ambulancia que la recogió no llevaba cámara para grabar el procedimiento de reanimación que se le aplicó?

¿Por qué intentaron reanimarla durante una hora en el sitio del accidente, en vez de llevarla inmediatamente al hospital, dado la gravedad de las heridas?

¿Por qué la ambulancia se demoró cuarenta y cinco minutos en llegar al hospital Pitié-Salpêtrière, cuando lo normal era de cinco a diez minutos?

¿Por qué habiendo otros hospitales más cerca se escogió el de Pitié-Salpêtrière, a unos seis kilómetros al sureste del túnel del Alma, lugar del accidente?

¿Por qué Rees-Jones (el guardaespaldas que sobrevivió al accidente) está vivo habiendo quedado muy grave, mucho más grave que la princesa?

¿Por qué no se realizó la autopsia del cuerpo de Diana en Francia?

¿Por qué se mantiene en secreto el diagnostico de la autopsia británica?.



Una teoría conspirativa apunta a que este accidente fue planeado y ejecutado por los servicios secretos británicos por orden directa de Carlos. Se filtró a la prensa que Diana tenía en su poder al momento de su muerte el testimonio grabado de George Smith un empleado de palacio que aseguraba haber sido violado en dos oportunidades por Michael Fawcett, mayordomo del príncipe Carlos. En esa misma grabación – cuyo paradero se desconoce actualmente- Smith asegura que en una ocasión vio con sus propios ojos a Fawcett y a Carlos desnudos y bajo las sabanas, en una clara situación poscoito.


Con su hijo el principe Harry


Diana sostenía que había una relación insana y demasiado estrecha entre Carlos y su mayordomo, que este le colocaba incluso la pasta de dientes al cepillo de Carlos. Que se sentían mal si eran sorprendidos juntos, solos. La princesa sospechaba, en pocas palabras, que ambos sostenían una relación homosexual.

Casualmente, cuando Diana murió sus aposentos fueron inmediatamente desocupados, sus joyas y documentos fueron decomisados por la corona y la famosa cinta desaparecida. La familia real inglesa es aún inmensa, absurdamente poderosa. Cuando el escándalo Smith – Fawcett estalló en los medios de comunicación europeos, especialmente italianos, la prensa inglesa fue amordazada y el público de ese país solo pudo enterarse vía internet.

Algo muy feo y hediondo se oculta tras la fastuosa fachada del palacio de Buckingham. Cuando Paul Burrel, su mayordomo, fue acusado ante los tribunales de robar pertenencias de la princesa muerta, este amenazó con decir todo lo que sabía y milagrosamente la reina Isabel II (¡Al fin madre!) salvó a Carlos enviando un comunicado a la corte en el que decía que acababa de recordar que sabia que los objetos "perdidos" estaban en posesión de Burrel.

Reina de Corazones



Diana fue sin duda el icono pop mediático por excelencia. Al recorrido de su funeral asistieron más de cinco millones de ingleses de a pie, y más de setecientos cincuenta millones le seguimos en vivo y en directo en el mundo entero por televisión. Nada ni nadie ha igualado ese record televisivo, nada, ni un final del mundial de fútbol, ni unas olimpiadas.

Sin embargo no bien acababa de secarse el cemento sobre su tumba cuando los medios de comunicación, los mismos que la veneraron hasta el paroxismo, los mismos que se enriquecieron una y otra vez divulgando los detalles más escabrosos de su vida, hicieron eco de la orden de destruirla.

No hay nada más fácil que calumniar a una mujer, mucho más si está muerta. Le salieron entonces más novios y amantes de los que tuvo, varias películas la presentaron como una enferma sexual, superficial y tonta, al tiempo que mostraban a Carlos como un hombre generoso, sensato y amante de la alta cultura.

Es fácil deducir que fue tejida una cuidadosa campaña mediática para minimizar la buena imagen de Diana e introducir, paulatinamente y por la puerta grande a Camila Parker Bowles, la amante que destruyó su matrimonio.



Tras su muerte, las mismas revistas que convirtieron a Diana en reina del glamour, belleza, humanidad, sensibilidad y buen gusto, voltearon la torta y la vendieron solapadamente como una loca inestable.
Hasta Paul Burrel la traicionó. Quien había sido su mano derecha, mayordomo y perro guardián, a quien ella llamaba “Mi Roca” guardó durante seis años la prueba del asesinato de Diana. Esta le entregó diez meses antes del fatal accidente una carta escrita a mano en la que afirma estar convencida de que la corona inglesa preparaba ‘un accidente’ de carro en que ella moriría, para así poder quitarla del medio y facilitar el próximo matrimonio del príncipe Carlos "Se planea un accidente en mi coche – dice en la misiva - con fallo de frenos y graves heridas en la cabeza, para dar vía libre a que Carlos se case". Y así ocurrió efectivamente.

Hoy su archienemiga Camila Parker Bowles, la mujer a la que Diana llamaba "El perro rottwailer" por su desagradable apariencia, por su voz de gallina clueca, por su cuerpo de perra parida, es la esposa de Carlos y su alteza real duquesa de Cornwall.

Hoy ha nacido su primer nieto, y salvo el comentario superficial del parecido entre el vestido de su nuera al presentar al bebé a los medios con el suyo propio, nadie la recuerda. Pero quién sabe, tal vez no todo está dicho. Diana deseaba que Carlos renunciara al trono abdicando en favor de William. Hoy efectivamente más del cincuenta por ciento de los ingleses está de acuerdo con ella.

¿Sabes Diana? Hace quince años te fuiste y yo aún te extraño, hermosa princesa, extraño esa fresca sonrisa de niña inglesa. Como no pensar en el miedo que te consumió tantas noches en ese inmenso castillo. Como no extrañar tu honestidad y franqueza entre tanto cuerpo vacío, entre tanto asesino poderoso, entre tanta mascara sin alma. En esta esquina del mundo hace calor, tiembla y aún te extraño Diana de Gales. Extraño verte por televisión haciendo campaña contra las minas antipersonales, recaudando dinero para las víctimas de la guerra, ayudando a la madre Teresa de Calcuta, dando calor humano en los campos de refugiados o declarando en exclusiva lo malvado, sapo y verrugoso que resultó ser tu marido. Entre toda la realeza europea tu fuiste LA ÚNICA que quiso utilizar su poder e influencia para hacer algo efectivo por la gente que sufre. Por eso te mataron, por eso te matamos.

Yo también te maté Diana, nada hubiera pasado si no hubiera comprado esas revistas.

Eva Durán


domingo, 15 de septiembre de 2013

Es así, no puede ser de otra manera



Ojalá aprendiésemos
a ser felices
por el solo hechos
de estar vivos

Oriana Fallaci



Tengo la menstruación y estoy aburrida. En días como hoy, que en realidad son todos los días de mi vida, suelo sostener una relación de amor-odio con mi abdomen inmenso y flácido. A veces pienso, hombre, no es tan malo, mientras pueda tirar y montar bicicleta y leer a mi gusto todo está bien. Una de las razones por las cuales amo la vida moderna es que en el fondo soy una perezosa con pretensiones burguesas, si por mí fuera, mis noches, mis horas, mis ojos y mis días solo serían leer, rascarme la panza, jugar con el atari, desarmar y escarbar las tripas del computador, torturar al gato (arrojándolo a la alberca, dejándolo chapotear agonizante durante tres o cuatro deliciosos minutos), comprar el periódico, ignorar la sección económica, la sección política, las masacres de la fecha, sumergirme en las caricaturas, recortar delicadamente sus bordes, numerarlas, pegarlas en cuadernos, hablar por teléfono y mirar por la ventana.


-          "Bueno, eso está mal hija, si no haces un esfuerzo no vas a llegar a ninguna parte, y nos vas a defraudar, no vas a ser nadie, no conseguirás dinero y no serás importante, no podrás comprar absolutamente nada, serás un peligro para todos".



Siempre he pensado que el verdadero problema con los gamines no es que no se bañen, ni que consuman boxer, ni es una gran diferencia si huyeron de la casa porque el papá les manoseaba las entrepiernas, la mamá los pinchaba con alfileres, o el abuelito colocaba sobre sus labios cucharas al rojo vivo. El verdadero conflicto, el meollo (la verdad londa y moronda),  es que afean la ciudad, además, son una magnífica razón para que usted y yo asistamos a banquetes de caridad, sacando dinero de la caja menor para tranquilizar la conciencia. Es que no solo son feos, vulgares, malolientes, desechables, despreciables, lo peor de todo es que encima caminan, están en todos lados. Malditas cucarachas repugnantes, enanos indeseables, polígono de tiro, cenicero, basurero, cloaca, inodoro, malditos, malditos. Engendros malditos...

 
La ley dice: Impón tu verdad y no jodas. Jode, pero hazlo tan bien que los demás no tengan otra alternativa que temerte o respetarte, u odiarte tan intensamente que hagan de ti un Dios o un mártir.



Hablaba de mi abdomen, lo terrible de ser mujer es la presión que te obliga a vivir torturadas porque nuestra apariencia sea estética ¿Cómo se dice? glamorosa, pero no son glamorosas un peinado en  forma de cono, las uñas sin cortar, el mal olor, la sangre mestrual, las manchas solares y el vello en las pantorrillas, no, no y no, hay que aplicarse desmanchadora, depiladora, leche limpiadora, crema facial y tinte en el cabello. Mi abdomen es mi conciencia corporal, es chistoso y realmente fofo, representa 6 o 7 meses de preñez como mínimo. A decir verdad es una de las herencias de mi madre. Mi  hermosa y estúpida y masoquista madre, ella es realmente hermosa, estatura mediana, rubia, un lunar en el cuello y otro en forma de dirigible en la nalga izquierda. Si no fuera por esa barriga... Ella alega que es producto de cuatro embarazos, pero bueno, yo tengo igual número de abortos (que dolieron como un putas) en mi prontuario  y no es para tanto ¿O sí?, así que hago cien abdominales diarios y tomo veinticinco vasos de agua, es horrible, realmente horrible. Yo sé que si fuera una persona realmente valiosa y realmente valiente, no asumiría preocupaciones tan indignas, sé que las llantas que se bambolean en mi cintura y las estrías, la celulitis que agrieta mis muslos como naranja mecánica, no le quitan ni le ponen nada a nadie. He sido delgada y chupada e igualmente infeliz.


Que dulce palpar mi cuerpo de cara a la pálida luna del armario de la tía Adriana, para luego acostarme con la luz encendida, para que el espectro que dormía junto a mi y no me permitía conciliar el sueño no me atacara por sorpresa. Me vigilaba, me poseía en el sueño, era una masa informe, negra y gaseosa, yo abandonaba mi cuerpo y salía a flotar suspendida desde el cielo raso, observándome a mi misma dormir en el lecho, mientras la cosa se revolvía sobre si misma preparándose para abalanzarse sobre mi cuello. Abría los ojos y sentía la presión en mi garganta. Mis alaridos despertaban a la familia, noche a noche.

Así que es inútil hacer ejercicio como un atleta y ser anoréxica si no puedo dormir como Dios manda.





Ese es solamente una parte del problema, el cabello se me cae por mechones,  tengo las tetas hinchadas, un dolor menstrual intolerable, bronquitis, catarro, gonorrea y caries. Pero hay un remedio contra todo eso, existen droguerías, liposucciones, odontólogos y comida para ratas. Pero no hay nada, absolutamente nada que pueda hacer para dejar de ser lo que soy. ¿Que soy? Bueno, soy Rodríguez,  en principio, lo cual da lo mismo que ser el hijo de los cojones aunque a mi abuela se le parta el alma alegando y echando mano de la dignidad, del orgullo de pertenecer a tan buena familia.
VETE A LA MIERDA ABUELA


Antes que nada, y para que después no digan que soy una guache maleducada, tengo el placer de presentar a ustedes a la venerable matrona Doña Raquel Sucardi De Rodriguez. Su matrimonio fue, lo que llaman los cronistas sociales, "una boda inolvidable". "De madrugada, la novia opaco  a las rosas con su lozana distinción e hizo participe a los invitados de su radiante felicidad en unión de su novio, exitoso y elegante caballero de promisorio futuro..."



Fueron (son) totalmente desgraciados. Mi abuelo tiene cáncer en la piel, está ciego, neurótico. Pero claro, es una excusa excelente para que ella se autocompadezca, no le permite aprender a valerse por sí mismo, tiene que vivir para él, para quejarse por que le duele la cadera, el hipotálamo y la tiroides,  pero debe bañar a su esposo, echarle polvo Jhonson en los testículos, inyectarlo, recoger por toda la casa pedazos de carne pútrida; educar a un nieto hiperactivo, vulgar y maleducado que saca espantadas a las niñeras y al tiempo, permanecer compuesta para atender visitas ante las cuales ser toda una dama, digna, sacrificada, intachable con 12 hijos y un malparto a sus espaldas (mi abuelo llegó una madrugada borracho con sus amigos, ella tenía seis niños varones y cuatro meses de gestación, llovía, el deseaba seguir bebiendo, el personal del servicio no estaba, quiso obligarla a salir a comprar aguardiente, la empujó escaleras abajo, era una niña, y duerme en un frasco de formol, entre los peines  y diamenas de un armario labrado a mano desde hace cuarenta y dos años). Mi abuela, soy dura con ella y lo sé, pero una mujer capaz de formar a un ser tan despreciable como mi padre no merece nada distinto.


¿Sentir compasión por ella?, tal vez:  -"Si no me aman compadézcanme, no tengo la culpa de que mi marido me haya estafado, de que mis hijos no me asignen tarjetas de crédito, yo hice lo que debía hacer, debía parir, ser fiel y preparar banquetes en navidad, no viajé porque mis hijos estaban pequeños, no me divertí porque debían encontrar a su madre al llegar a casa todas las noches, y cuando estudiaban hasta el amanecer, contar con malteada de mora y un sándwich preparado, además, una mujer separada está mal vista,  yo cumplí ante Dios y ante los hombres, le debía dar ejemplo a mi hija, debía cuidarla de los hombres, darle instrucciones a sus hermanos para que la mantuvieran vigilada, porque ella es la menor, la consentida, y había que casarla bien y para encontrar un buen marido debía tener buena reputación, ser educada y discreta, y la educación sólo la ofrecen las monjas, porque el temor de Dios es la base de una buena vida  y hay que temerle y servirle, porque si no, se pone bravo con nosotros y nos quita la plata. Y había que enseñarle, que todos los hombres son iguales, que todos la harán sufrir por igual, y que es preferible sufrir en la opulencia que cosiéndole ropa a cinco mocosos y a un marido borracho, por eso, hay que espantarle esos novios que tiene, que son unos mediocres-comunista-clase-media, sí señor, porque mi hija tiene entre sus piernas el honor de la familia y mis hijos son unos picha loca, pero eso está bien, para eso son hombres, para eso son guapos y están bien alimentados y profesionales para más señas, pero eso sí, que esas arribistas que se suben en sus carros que ni se crean. Que ellos se van a casar con aristócratas, ni más faltaba..."



Es insoportable vivir con la amarga verdad de donde vengo. Me inyectaron el veneno de muy pequeña, me transmitieron su mala sangre, su malquerencia, su desconfianza. Son los seres más hipócritas que se pueda concebir, sin llegar a ser brillantes, sólo religiosos hasta el sufrimiento.


Recuerdo al tío Boris, un hombre sinceramente piadoso y entregado a la verdad suprema, estuvo sindicado de estafa cuando ocupaba un alto cargo en el área administrativa del congreso de la República  y me consta, que uno de sus oraciones habituales,  es la que implora por la salud espiritual de los que quisieron confinarlo en el lugar donde debería estar, no porque fuera culpable (carece de iniciativa para realizar ese tipo de buenos negocios) pero un hombre con tan ardientes deseos de ser bueno necesita ser martirizado para alcanzar la perfección, una respetable temporada en la cárcel modelo, un tour por los más bajos laberintos de la abyección humana, le hubieran dado a su oración, estoy segura,  una pasión infinita,  su santa palabra ascendería vía módem a los ángeles y los arcángeles, y el perdonaría a sus violadores, es tan bueno, tan buen hijo, tan buen esposo, pero esta terrible, definitiva, irremediable y eternamente muerto, gusanos rosados se incuban en las arterias de su corazón. Sin embargo, todo en el tiene una aureola de bienestar, sus pedos son el acompañamiento final perfecto del "yo pecador". En algún momento intentó inyectarme sus prejuicios, su resentimiento, su CATÓLICA PREPOTENCIA.  Pero yo nunca les pertenecí. Y es comprensible que no me perdonaran ¿Usted lo hubiera hecho?.
No es del todo malo crecer entre psicóticos, no fue sólo el  que mamá tuviera la saludable costumbre de romper mis paraguas en la cabeza de papá, ni de que las peloteras escandalosas que estremecían las paredes y provocaban el cuchicheo de los sirvientes fueran protagonizadas indistintamente por mamá-tíos-tía-abuelo-papá-tíaspolíti cas-primos. Me refiero al hecho de que a pesar del humo y de las luces de colores que maquillaban la fachada familiar, dándole apariencia de normalidad, existía un margen de vida real, era un resquicio aparentemente tenue, pero si metías mano en él, si lo observabas, te succionaba.  Te empujaba a la evasión, al no pensamiento, al no sentir, al no decidir, sólo imaginar, contemplar indiferente la barahúnda, los castillos de copas de champagne, pudines y banquetes sobre los cuales se erigían  matrimonios, destinos y sueños. En el nopasado no hay miedo. En el nopasado no hay futuro, sólo imágenes sedosas y olores que navegan a través de tu cuerpo en candentes oleadas de calor.
La casa de mis padres era verde, inmensa, elegante, de altos arcos y ventanas de hierro forjado. El árbol del jardín crecía perezosamente, generoso e indolente a las recriminaciones de mi tía, maldiciéndolo y recriminando a la familia el no amputar esa fabrica de basura y hojas secas.  Las tardes eran un cielo ilimitado como una esponjosa alberca cósmica color zanahoria, remolinos de viento salado embestían el auto de papá al atardecer, recuerdo sus manos fuertes y muy cuidadas sosteniendo mis manos sobre el volante, las nubes descendiendo hasta nosotros. Mis amigos jugaban béisbol en la calle, el mundo era grande y bueno, era aún posible caminar con alegría por las calles, esperar Plaza Sésamo a las cuatro de la tarde por la televisión, hacer turno con mis amigos, apostando a quien veía primero la carreta del pan, comprar montones de mogollas azucaradas,  aplastar las para luego untarles arequipe y mantequilla. Comprar golosinas, muchas golosinas de todos los colores, esconderlas entre las vajillas, adorar la frialdad de las baldosas, la danza de las traslúcidas partículas polvorientas a través de la luz que se filtraba por la ventana a las tres de la tarde, El periódico El Espectador todas las mañanas sobre el sofá de la sala, el pasillo oscuro, las habitaciones interconectadas, la gata que se colaba a la cocina a robarse la comida. Y mi madre, escondiendo sus joyas en la ropa de invierno. Tener siete años, la madrugada azul, el golpeteo en las puertas, tío Alberto quiere entrar, va a estrangular a su hermana.
La gata duerme entre las herramientas del abuelo, nadie la quiere, pero igual viene siempre, entra por las ventanas, salta en la cama y se toma el pasillo de acceso a la cocina. Es sonámbula, de día y de noche, maúlla y corretea, y se cuela, aunque las puertas estén cerradas, aunque las ventanas estén cerradas. Se asoma por los cuartos y deja recuerdos de mierda en la sala. La gata, la mama gata que lleva neonatos pelados y sangrantes en el hocico de tejado en tejado. Los vecinos dicen que por culpa del parásito que se alimenta en su pelaje mi tía no queda preñada, pero mi abuela comenzó por novena vez una novena, y las novenas de mi abuela funcionan, a las buenas o a las malas.
Los Rodríguez se marcharon hace 15 años de la ciudad. El árbol fue descuajado y la casa demolida. Mi abuela se sienta sobre las tres de la tarde en el jardín a cuidar a su esposo, cuchichea con voz ronroneante con tía Adriana como-si-no-hubiera-pasado-nada. En Bogotá también hay césped, también hay árboles y nietos. Pero la tarde no es una infinita alberca cósmica color zanahoria, no es ni siquiera un charquito amarillo, es la misma tarde, la tarde de siempre que no pasa, que no avanza ni se desgasta, costó treinta años de trabajo, un préstamo bancario,  muchas mentiras y los servicios de un prestigioso arquitecto.  Una tarde sin adjetivos, sin olores ni luz en los ojos, una tarde a secas, de la cual  no es necesario agregar nada.
La noche es perfecta, la noche siempre es perfecta. Me aferro a la certeza de que el universo es algo más que un pozo oscuro, un útero muy ajustado en el que sólo vale,  a lo que parece, tener un cuerpo bonito y un pedazo de alma que dé brillo a los ojos.
Duermo en mí, en mi cama, en mi cuerpo, en mi noche, en mi sitio, es cálido, pequeño, peligroso, duele tocarlo, se muere al tocarlo, no le pertenece a nadie, se pertenece a sí mismo, y tomará venganza, estoy segura.
Sé que mi habitación no es mejor ni peor que otros lugares, sé que la humanidad es igualmente inconsciente, igualmente bestia, igualmente manipulable en el cielo y el infierno. Fue muy amargo el descubrimiento de que la vida en la tierra carece de sentido,  que nuestro dolor y nuestra angustia le son indiferentes al curso de las estrellas. ¿Somos juguetes de un sádico Dios burlón que disfruta poniéndonos zancadillas, como un niño que le coloca obstáculos a una hormiga, impidiéndole refugiarse de la lluvia?, ¿La expresión "Dios lo quiso así" o "Dios escribe derecho en renglones torcidos", no es un sofisma para justificar la reconocida incapacidad de ese Dios para manejar con justicia las cosas del mundo?.
La terrible convicción de que Dios es un pobre y mediocre sádico incompetente, impone la palabra azar. Esa es mi verdad, y no me hace más feliz ni menos feliz, ni mejor ni peor persona, pero tengo las cosas en claro y eso es suficiente.
Mira que llena esta la iglesia... tienen miedo. Intensidad, no saben que la respuesta está en la intensidad: Si vas a tirar, hazlo hasta sangrar; si odias, que tu fuerza sepulte catedrales; si eres una hoja al viento, que tu mediocridad sea un canto inaccesible que inspire carminas y sonatas.

Intensidad, la caricia profunda, la mano en el seno, la boca, la humedad. Caricias hay que valen y justifican toda una vida. La piel es la única verdad. ¡Maldita sea! ¡Que destino nos hemos ganado las criaturas condenadas a sentirlo todo!
 
 

Eva Durán