miércoles, 25 de septiembre de 2013

La princesa asesinada



Esposa, madre y abuela de los próximos tres reyes de Inglaterra, en la celebración del nacimiento de su primer nieto, pocos parecieron a recordar a la princesa de Gales.

A Lady Diana Spencer la matamos todos. La matamos quienes como yo, consumíamos compulsivamente todas las noticias y chismes que corrían sobre ella: el desprecio de su marido, su soledad, su bulimia, sus novios, sus hijos, sus campañas humanitarias.




Era hermosa, sensible, carismática, contradictoria y murió presuntamente asesinada en 1997, con tan sólo 36 años, cuando finalmente había conseguido ser dueña de su vida.  



La mató también su familia, al entregarla como cordero inmolado al sacrificio del trono británico, virgen  y sin amor, para que asegurase un heredero varón. Su verdugo fue Carlos de Inglaterra, un hombre feo, desagradable, egoísta y manipulador cuyo único atractivo es ser el primógenito de la reina. En efecto, según The Daily Telegraph (2001) hasta su propio padre, el duque de Edimburgo, confesó a sus allegados que su hijo mayor no reunía las condiciones necesarias para ser un buen rey, pues es «demasiado extravagante, meticuloso y poco apasionado por el deber».  Dicha extravagancia llega al extremo de que en una ocasion en que se rompió un brazo practicándo polo, contrató a un empleado cuya única función era sostenerle el miembro sexual al momento de orinar.









Diana y su novio Dodi Al Fayed
 Muchos interrogantes quedaron en el aire tras la muerte de Diana en el tunel del alma al lado de su novio Dody Al Fayed:

¿Qué pasó con el auto blanco que según numerosos testimonios manejaba en zigzag delante del Mercedes Negro en el que iban Diana y Dodi con el claro objetivo de estrellarlos?

 ¿Qué pasó con las marcas de pintura blanca que se hallaron en el carro en el que iba la princesa?  

¿Por qué la ambulancia que la recogió no llevaba cámara para grabar el procedimiento de reanimación que se le aplicó?

¿Por qué intentaron reanimarla durante una hora en el sitio del accidente, en vez de llevarla inmediatamente al hospital, dado la gravedad de las heridas?

¿Por qué la ambulancia se demoró cuarenta y cinco minutos en llegar al hospital Pitié-Salpêtrière, cuando lo normal era de cinco a diez minutos?

¿Por qué habiendo otros hospitales más cerca se escogió el de Pitié-Salpêtrière, a unos seis kilómetros al sureste del túnel del Alma, lugar del accidente?

¿Por qué Rees-Jones (el guardaespaldas que sobrevivió al accidente) está vivo habiendo quedado muy grave, mucho más grave que la princesa?

¿Por qué no se realizó la autopsia del cuerpo de Diana en Francia?

¿Por qué se mantiene en secreto el diagnostico de la autopsia británica?.



Una teoría conspirativa apunta a que este accidente fue planeado y ejecutado por los servicios secretos británicos por orden directa de Carlos. Se filtró a la prensa que Diana tenía en su poder al momento de su muerte el testimonio grabado de George Smith un empleado de palacio que aseguraba haber sido violado en dos oportunidades por Michael Fawcett, mayordomo del príncipe Carlos. En esa misma grabación – cuyo paradero se desconoce actualmente- Smith asegura que en una ocasión vio con sus propios ojos a Fawcett y a Carlos desnudos y bajo las sabanas, en una clara situación poscoito.


Con su hijo el principe Harry


Diana sostenía que había una relación insana y demasiado estrecha entre Carlos y su mayordomo, que este le colocaba incluso la pasta de dientes al cepillo de Carlos. Que se sentían mal si eran sorprendidos juntos, solos. La princesa sospechaba, en pocas palabras, que ambos sostenían una relación homosexual.

Casualmente, cuando Diana murió sus aposentos fueron inmediatamente desocupados, sus joyas y documentos fueron decomisados por la corona y la famosa cinta desaparecida. La familia real inglesa es aún inmensa, absurdamente poderosa. Cuando el escándalo Smith – Fawcett estalló en los medios de comunicación europeos, especialmente italianos, la prensa inglesa fue amordazada y el público de ese país solo pudo enterarse vía internet.

Algo muy feo y hediondo se oculta tras la fastuosa fachada del palacio de Buckingham. Cuando Paul Burrel, su mayordomo, fue acusado ante los tribunales de robar pertenencias de la princesa muerta, este amenazó con decir todo lo que sabía y milagrosamente la reina Isabel II (¡Al fin madre!) salvó a Carlos enviando un comunicado a la corte en el que decía que acababa de recordar que sabia que los objetos "perdidos" estaban en posesión de Burrel.

Reina de Corazones



Diana fue sin duda el icono pop mediático por excelencia. Al recorrido de su funeral asistieron más de cinco millones de ingleses de a pie, y más de setecientos cincuenta millones le seguimos en vivo y en directo en el mundo entero por televisión. Nada ni nadie ha igualado ese record televisivo, nada, ni un final del mundial de fútbol, ni unas olimpiadas.

Sin embargo no bien acababa de secarse el cemento sobre su tumba cuando los medios de comunicación, los mismos que la veneraron hasta el paroxismo, los mismos que se enriquecieron una y otra vez divulgando los detalles más escabrosos de su vida, hicieron eco de la orden de destruirla.

No hay nada más fácil que calumniar a una mujer, mucho más si está muerta. Le salieron entonces más novios y amantes de los que tuvo, varias películas la presentaron como una enferma sexual, superficial y tonta, al tiempo que mostraban a Carlos como un hombre generoso, sensato y amante de la alta cultura.

Es fácil deducir que fue tejida una cuidadosa campaña mediática para minimizar la buena imagen de Diana e introducir, paulatinamente y por la puerta grande a Camila Parker Bowles, la amante que destruyó su matrimonio.



Tras su muerte, las mismas revistas que convirtieron a Diana en reina del glamour, belleza, humanidad, sensibilidad y buen gusto, voltearon la torta y la vendieron solapadamente como una loca inestable.
Hasta Paul Burrel la traicionó. Quien había sido su mano derecha, mayordomo y perro guardián, a quien ella llamaba “Mi Roca” guardó durante seis años la prueba del asesinato de Diana. Esta le entregó diez meses antes del fatal accidente una carta escrita a mano en la que afirma estar convencida de que la corona inglesa preparaba ‘un accidente’ de carro en que ella moriría, para así poder quitarla del medio y facilitar el próximo matrimonio del príncipe Carlos "Se planea un accidente en mi coche – dice en la misiva - con fallo de frenos y graves heridas en la cabeza, para dar vía libre a que Carlos se case". Y así ocurrió efectivamente.

Hoy su archienemiga Camila Parker Bowles, la mujer a la que Diana llamaba "El perro rottwailer" por su desagradable apariencia, por su voz de gallina clueca, por su cuerpo de perra parida, es la esposa de Carlos y su alteza real duquesa de Cornwall.

Hoy ha nacido su primer nieto, y salvo el comentario superficial del parecido entre el vestido de su nuera al presentar al bebé a los medios con el suyo propio, nadie la recuerda. Pero quién sabe, tal vez no todo está dicho. Diana deseaba que Carlos renunciara al trono abdicando en favor de William. Hoy efectivamente más del cincuenta por ciento de los ingleses está de acuerdo con ella.

¿Sabes Diana? Hace quince años te fuiste y yo aún te extraño, hermosa princesa, extraño esa fresca sonrisa de niña inglesa. Como no pensar en el miedo que te consumió tantas noches en ese inmenso castillo. Como no extrañar tu honestidad y franqueza entre tanto cuerpo vacío, entre tanto asesino poderoso, entre tanta mascara sin alma. En esta esquina del mundo hace calor, tiembla y aún te extraño Diana de Gales. Extraño verte por televisión haciendo campaña contra las minas antipersonales, recaudando dinero para las víctimas de la guerra, ayudando a la madre Teresa de Calcuta, dando calor humano en los campos de refugiados o declarando en exclusiva lo malvado, sapo y verrugoso que resultó ser tu marido. Entre toda la realeza europea tu fuiste LA ÚNICA que quiso utilizar su poder e influencia para hacer algo efectivo por la gente que sufre. Por eso te mataron, por eso te matamos.

Yo también te maté Diana, nada hubiera pasado si no hubiera comprado esas revistas.

Eva Durán


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