Ojalá
aprendiésemos
a
ser felices
por
el solo hechos
de
estar vivos
Oriana
Fallaci
Tengo
la menstruación y estoy aburrida. En días como hoy, que en realidad
son todos los días de mi vida, suelo sostener una relación de
amor-odio con mi abdomen inmenso y flácido. A veces pienso, hombre,
no es tan malo, mientras pueda tirar y montar bicicleta y leer a mi
gusto todo está bien. Una de las razones por las cuales amo la vida
moderna es que en el fondo soy una perezosa con pretensiones
burguesas, si por mí fuera, mis noches, mis horas, mis ojos y mis
días solo serían leer, rascarme la panza, jugar con el atari,
desarmar y escarbar las tripas del computador, torturar al gato
(arrojándolo a la alberca, dejándolo chapotear agonizante durante
tres o cuatro deliciosos minutos), comprar el periódico, ignorar la
sección económica, la sección política, las masacres de la fecha,
sumergirme en las caricaturas, recortar delicadamente sus bordes,
numerarlas, pegarlas en cuadernos, hablar por teléfono y mirar por
la ventana.
-
"Bueno,
eso está mal hija, si no haces un esfuerzo no vas a llegar a ninguna
parte, y nos vas a defraudar, no vas a ser nadie, no conseguirás
dinero y no serás importante, no podrás comprar absolutamente nada,
serás un peligro para todos".
Siempre
he pensado que el verdadero problema con los gamines no es que no se
bañen, ni que consuman boxer, ni es una gran diferencia si huyeron
de la casa porque el papá les manoseaba las entrepiernas, la mamá
los pinchaba con alfileres, o el abuelito colocaba sobre sus labios
cucharas al rojo vivo. El verdadero conflicto, el meollo (la verdad
londa y moronda), es que afean la ciudad, además, son una
magnífica razón para que usted y yo asistamos a banquetes de
caridad, sacando dinero de la caja menor para tranquilizar la
conciencia. Es que no solo son feos, vulgares, malolientes,
desechables, despreciables, lo peor de todo es que encima caminan,
están en todos lados. Malditas cucarachas repugnantes, enanos
indeseables, polígono de tiro, cenicero, basurero, cloaca, inodoro,
malditos, malditos. Engendros malditos...
La
ley dice: Impón tu verdad y no jodas. Jode, pero hazlo tan bien que
los demás no tengan otra alternativa que temerte o respetarte, u
odiarte tan intensamente que hagan de ti un Dios o un mártir.
Hablaba de mi abdomen, lo terrible de ser mujer es la presión que te obliga a vivir torturadas porque nuestra apariencia sea estética ¿Cómo se dice? glamorosa, pero no son glamorosas un peinado en forma de cono, las uñas sin cortar, el mal olor, la sangre mestrual, las manchas solares y el vello en las pantorrillas, no, no y no, hay que aplicarse desmanchadora, depiladora, leche limpiadora, crema facial y tinte en el cabello. Mi abdomen es mi conciencia corporal, es chistoso y realmente fofo, representa 6 o 7 meses de preñez como mínimo. A decir verdad es una de las herencias de mi madre. Mi hermosa y estúpida y masoquista madre, ella es realmente hermosa, estatura mediana, rubia, un lunar en el cuello y otro en forma de dirigible en la nalga izquierda. Si no fuera por esa barriga... Ella alega que es producto de cuatro embarazos, pero bueno, yo tengo igual número de abortos (que dolieron como un putas) en mi prontuario y no es para tanto ¿O sí?, así que hago cien abdominales diarios y tomo veinticinco vasos de agua, es horrible, realmente horrible. Yo sé que si fuera una persona realmente valiosa y realmente valiente, no asumiría preocupaciones tan indignas, sé que las llantas que se bambolean en mi cintura y las estrías, la celulitis que agrieta mis muslos como naranja mecánica, no le quitan ni le ponen nada a nadie. He sido delgada y chupada e igualmente infeliz.
Que dulce palpar mi cuerpo de cara a la pálida luna del armario de la tía Adriana, para luego acostarme con la luz encendida, para que el espectro que dormía junto a mi y no me permitía conciliar el sueño no me atacara por sorpresa. Me vigilaba, me poseía en el sueño, era una masa informe, negra y gaseosa, yo abandonaba mi cuerpo y salía a flotar suspendida desde el cielo raso, observándome a mi misma dormir en el lecho, mientras la cosa se revolvía sobre si misma preparándose para abalanzarse sobre mi cuello. Abría los ojos y sentía la presión en mi garganta. Mis alaridos despertaban a la familia, noche a noche.
Así que es inútil hacer ejercicio como un atleta y ser anoréxica si no puedo dormir como Dios manda.
Ese es solamente una parte del problema, el cabello se me cae por mechones, tengo las tetas hinchadas, un dolor menstrual intolerable, bronquitis, catarro, gonorrea y caries. Pero hay un remedio contra todo eso, existen droguerías, liposucciones, odontólogos y comida para ratas. Pero no hay nada, absolutamente nada que pueda hacer para dejar de ser lo que soy. ¿Que soy? Bueno, soy Rodríguez, en principio, lo cual da lo mismo que ser el hijo de los cojones aunque a mi abuela se le parta el alma alegando y echando mano de la dignidad, del orgullo de pertenecer a tan buena familia.
VETE A LA MIERDA ABUELA
Antes que nada, y para que después no digan que soy una guache maleducada, tengo el placer de presentar a ustedes a la venerable matrona Doña Raquel Sucardi De Rodriguez. Su matrimonio fue, lo que llaman los cronistas sociales, "una boda inolvidable". "De madrugada, la novia opaco a las rosas con su lozana distinción e hizo participe a los invitados de su radiante felicidad en unión de su novio, exitoso y elegante caballero de promisorio futuro..."
Fueron (son) totalmente desgraciados. Mi abuelo tiene cáncer en la piel, está ciego, neurótico. Pero claro, es una excusa excelente para que ella se autocompadezca, no le permite aprender a valerse por sí mismo, tiene que vivir para él, para quejarse por que le duele la cadera, el hipotálamo y la tiroides, pero debe bañar a su esposo, echarle polvo Jhonson en los testículos, inyectarlo, recoger por toda la casa pedazos de carne pútrida; educar a un nieto hiperactivo, vulgar y maleducado que saca espantadas a las niñeras y al tiempo, permanecer compuesta para atender visitas ante las cuales ser toda una dama, digna, sacrificada, intachable con 12 hijos y un malparto a sus espaldas (mi abuelo llegó una madrugada borracho con sus amigos, ella tenía seis niños varones y cuatro meses de gestación, llovía, el deseaba seguir bebiendo, el personal del servicio no estaba, quiso obligarla a salir a comprar aguardiente, la empujó escaleras abajo, era una niña, y duerme en un frasco de formol, entre los peines y diamenas de un armario labrado a mano desde hace cuarenta y dos años). Mi abuela, soy dura con ella y lo sé, pero una mujer capaz de formar a un ser tan despreciable como mi padre no merece nada distinto.
¿Sentir compasión por ella?, tal vez: -"Si no me aman compadézcanme, no tengo la culpa de que mi marido me haya estafado, de que mis hijos no me asignen tarjetas de crédito, yo hice lo que debía hacer, debía parir, ser fiel y preparar banquetes en navidad, no viajé porque mis hijos estaban pequeños, no me divertí porque debían encontrar a su madre al llegar a casa todas las noches, y cuando estudiaban hasta el amanecer, contar con malteada de mora y un sándwich preparado, además, una mujer separada está mal vista, yo cumplí ante Dios y ante los hombres, le debía dar ejemplo a mi hija, debía cuidarla de los hombres, darle instrucciones a sus hermanos para que la mantuvieran vigilada, porque ella es la menor, la consentida, y había que casarla bien y para encontrar un buen marido debía tener buena reputación, ser educada y discreta, y la educación sólo la ofrecen las monjas, porque el temor de Dios es la base de una buena vida y hay que temerle y servirle, porque si no, se pone bravo con nosotros y nos quita la plata. Y había que enseñarle, que todos los hombres son iguales, que todos la harán sufrir por igual, y que es preferible sufrir en la opulencia que cosiéndole ropa a cinco mocosos y a un marido borracho, por eso, hay que espantarle esos novios que tiene, que son unos mediocres-comunista-clase-media, sí señor, porque mi hija tiene entre sus piernas el honor de la familia y mis hijos son unos picha loca, pero eso está bien, para eso son hombres, para eso son guapos y están bien alimentados y profesionales para más señas, pero eso sí, que esas arribistas que se suben en sus carros que ni se crean. Que ellos se van a casar con aristócratas, ni más faltaba..."
Es insoportable vivir con la amarga verdad de donde vengo. Me inyectaron el veneno de muy pequeña, me transmitieron su mala sangre, su malquerencia, su desconfianza. Son los seres más hipócritas que se pueda concebir, sin llegar a ser brillantes, sólo religiosos hasta el sufrimiento.
Recuerdo al tío Boris, un
hombre sinceramente piadoso y entregado a la verdad suprema, estuvo
sindicado de estafa cuando ocupaba un alto cargo en el área
administrativa del congreso de la República y me consta, que
uno de sus oraciones habituales, es la que implora por la salud
espiritual de los que quisieron confinarlo en el lugar donde debería
estar, no porque fuera culpable (carece de iniciativa para realizar
ese tipo de buenos negocios) pero un hombre con tan ardientes deseos
de ser bueno necesita ser martirizado para alcanzar la perfección,
una respetable temporada en la cárcel modelo, un tour por los más
bajos laberintos de la abyección humana, le hubieran dado a su
oración, estoy segura, una pasión infinita, su santa
palabra ascendería vía módem a los ángeles y los arcángeles, y
el perdonaría a sus violadores, es tan bueno, tan buen hijo, tan
buen esposo, pero esta terrible, definitiva, irremediable y
eternamente muerto, gusanos rosados se incuban en las arterias de su
corazón. Sin embargo, todo en el tiene una aureola de bienestar, sus
pedos son el acompañamiento final perfecto del "yo pecador".
En algún momento intentó inyectarme sus prejuicios, su
resentimiento, su CATÓLICA PREPOTENCIA. Pero yo nunca les
pertenecí. Y es comprensible que no me perdonaran ¿Usted lo hubiera
hecho?.
No es del todo malo crecer
entre psicóticos, no fue sólo el que mamá tuviera la
saludable costumbre de romper mis paraguas en la cabeza de papá, ni
de que las peloteras escandalosas que estremecían las paredes y
provocaban el cuchicheo de los sirvientes fueran protagonizadas
indistintamente por mamá-tíos-tía-abuelo-papá-tíaspolíti
cas-primos. Me refiero al hecho de que a pesar del humo y de las
luces de colores que maquillaban la fachada familiar, dándole
apariencia de normalidad, existía un margen de vida real, era un
resquicio aparentemente tenue, pero si metías mano en él, si lo
observabas, te succionaba. Te empujaba a la evasión, al no
pensamiento, al no sentir, al no decidir, sólo imaginar, contemplar
indiferente la barahúnda, los castillos de copas de champagne,
pudines y banquetes sobre los cuales se erigían matrimonios,
destinos y sueños. En el nopasado no hay miedo. En el nopasado no
hay futuro, sólo imágenes sedosas y olores que navegan a través de
tu cuerpo en candentes oleadas de calor.
La casa de mis padres era
verde, inmensa, elegante, de altos arcos y ventanas de hierro
forjado. El árbol del jardín crecía perezosamente, generoso e
indolente a las recriminaciones de mi tía, maldiciéndolo y
recriminando a la familia el no amputar esa fabrica de basura y hojas
secas. Las tardes eran un cielo ilimitado como una esponjosa
alberca cósmica color zanahoria, remolinos de viento salado
embestían el auto de papá al atardecer, recuerdo sus manos fuertes
y muy cuidadas sosteniendo mis manos sobre el volante, las nubes
descendiendo hasta nosotros. Mis amigos jugaban béisbol en la calle,
el mundo era grande y bueno, era aún posible caminar con alegría
por las calles, esperar Plaza Sésamo a las cuatro de la tarde por la
televisión, hacer turno con mis amigos, apostando a quien veía
primero la carreta del pan, comprar montones de mogollas azucaradas,
aplastar las para luego untarles arequipe y mantequilla. Comprar
golosinas, muchas golosinas de todos los colores, esconderlas entre
las vajillas, adorar la frialdad de las baldosas, la danza de las
traslúcidas partículas polvorientas a través de la luz que se
filtraba por la ventana a las tres de la tarde, El periódico El
Espectador todas las mañanas sobre el sofá de la sala, el pasillo
oscuro, las habitaciones interconectadas, la gata que se colaba a la
cocina a robarse la comida. Y mi madre, escondiendo sus joyas en la
ropa de invierno. Tener siete años, la madrugada azul, el golpeteo
en las puertas, tío Alberto quiere entrar, va a estrangular a su
hermana.
La gata duerme entre las
herramientas del abuelo, nadie la quiere, pero igual viene siempre,
entra por las ventanas, salta en la cama y se toma el pasillo de
acceso a la cocina. Es sonámbula, de día y de noche, maúlla y
corretea, y se cuela, aunque las puertas estén cerradas, aunque las
ventanas estén cerradas. Se asoma por los cuartos y deja recuerdos
de mierda en la sala. La gata, la mama gata que lleva neonatos
pelados y sangrantes en el hocico de tejado en tejado. Los vecinos
dicen que por culpa del parásito que se alimenta en su pelaje mi tía
no queda preñada, pero mi abuela comenzó por novena vez una novena,
y las novenas de mi abuela funcionan, a las buenas o a las malas.
Los Rodríguez se marcharon
hace 15 años de la ciudad. El árbol fue descuajado y la casa
demolida. Mi abuela se sienta sobre las tres de la tarde en el jardín
a cuidar a su esposo, cuchichea con voz ronroneante con tía Adriana
como-si-no-hubiera-pasado-nada. En Bogotá también hay césped,
también hay árboles y nietos. Pero la tarde no es una infinita
alberca cósmica color zanahoria, no es ni siquiera un charquito
amarillo, es la misma tarde, la tarde de siempre que no pasa, que no
avanza ni se desgasta, costó treinta años de trabajo, un préstamo
bancario, muchas mentiras y los servicios de un prestigioso
arquitecto. Una tarde sin adjetivos, sin olores ni luz en los
ojos, una tarde a secas, de la cual no es necesario agregar
nada.
La noche es
perfecta, la noche siempre es perfecta. Me
aferro a la certeza de que el universo es algo más que un pozo
oscuro, un útero muy ajustado en el que sólo vale, a lo que
parece, tener un cuerpo bonito y un pedazo de alma que dé brillo a
los ojos.
Duermo en mí, en mi cama, en
mi cuerpo, en mi noche, en mi sitio, es cálido, pequeño, peligroso,
duele tocarlo, se muere al tocarlo, no le pertenece a nadie, se
pertenece a sí mismo, y tomará venganza, estoy segura.
Sé que mi habitación no es
mejor ni peor que otros lugares, sé que la humanidad es igualmente
inconsciente, igualmente bestia, igualmente manipulable en el cielo y
el infierno. Fue muy amargo el descubrimiento de que la vida en la
tierra carece de sentido, que nuestro dolor y nuestra angustia
le son indiferentes al curso de las estrellas. ¿Somos juguetes de un
sádico Dios burlón que disfruta poniéndonos zancadillas, como un
niño que le coloca obstáculos a una hormiga, impidiéndole
refugiarse de la lluvia?, ¿La expresión "Dios lo quiso así"
o "Dios escribe derecho en renglones torcidos", no es un
sofisma para justificar la reconocida incapacidad de ese Dios para
manejar con justicia las cosas del mundo?.
La terrible convicción de que
Dios es un pobre y mediocre sádico incompetente, impone la palabra
azar. Esa es mi verdad, y no me hace más feliz ni menos feliz, ni
mejor ni peor persona, pero tengo las cosas en claro y eso es
suficiente.
Mira
que llena esta la iglesia... tienen miedo. Intensidad, no saben que
la respuesta está en la intensidad: Si vas a tirar, hazlo hasta
sangrar; si odias, que tu fuerza sepulte catedrales; si eres una hoja
al viento, que tu mediocridad sea un canto inaccesible que inspire
carminas y sonatas.
Intensidad,
la caricia profunda, la mano en el seno, la boca, la humedad.
Caricias hay que valen y justifican toda una vida. La piel es la
única verdad. ¡Maldita sea! ¡Que destino nos
hemos ganado las criaturas condenadas a sentirlo todo!
Eva Durán
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