domingo, 15 de septiembre de 2013

Es así, no puede ser de otra manera



Ojalá aprendiésemos
a ser felices
por el solo hechos
de estar vivos

Oriana Fallaci



Tengo la menstruación y estoy aburrida. En días como hoy, que en realidad son todos los días de mi vida, suelo sostener una relación de amor-odio con mi abdomen inmenso y flácido. A veces pienso, hombre, no es tan malo, mientras pueda tirar y montar bicicleta y leer a mi gusto todo está bien. Una de las razones por las cuales amo la vida moderna es que en el fondo soy una perezosa con pretensiones burguesas, si por mí fuera, mis noches, mis horas, mis ojos y mis días solo serían leer, rascarme la panza, jugar con el atari, desarmar y escarbar las tripas del computador, torturar al gato (arrojándolo a la alberca, dejándolo chapotear agonizante durante tres o cuatro deliciosos minutos), comprar el periódico, ignorar la sección económica, la sección política, las masacres de la fecha, sumergirme en las caricaturas, recortar delicadamente sus bordes, numerarlas, pegarlas en cuadernos, hablar por teléfono y mirar por la ventana.


-          "Bueno, eso está mal hija, si no haces un esfuerzo no vas a llegar a ninguna parte, y nos vas a defraudar, no vas a ser nadie, no conseguirás dinero y no serás importante, no podrás comprar absolutamente nada, serás un peligro para todos".



Siempre he pensado que el verdadero problema con los gamines no es que no se bañen, ni que consuman boxer, ni es una gran diferencia si huyeron de la casa porque el papá les manoseaba las entrepiernas, la mamá los pinchaba con alfileres, o el abuelito colocaba sobre sus labios cucharas al rojo vivo. El verdadero conflicto, el meollo (la verdad londa y moronda),  es que afean la ciudad, además, son una magnífica razón para que usted y yo asistamos a banquetes de caridad, sacando dinero de la caja menor para tranquilizar la conciencia. Es que no solo son feos, vulgares, malolientes, desechables, despreciables, lo peor de todo es que encima caminan, están en todos lados. Malditas cucarachas repugnantes, enanos indeseables, polígono de tiro, cenicero, basurero, cloaca, inodoro, malditos, malditos. Engendros malditos...

 
La ley dice: Impón tu verdad y no jodas. Jode, pero hazlo tan bien que los demás no tengan otra alternativa que temerte o respetarte, u odiarte tan intensamente que hagan de ti un Dios o un mártir.



Hablaba de mi abdomen, lo terrible de ser mujer es la presión que te obliga a vivir torturadas porque nuestra apariencia sea estética ¿Cómo se dice? glamorosa, pero no son glamorosas un peinado en  forma de cono, las uñas sin cortar, el mal olor, la sangre mestrual, las manchas solares y el vello en las pantorrillas, no, no y no, hay que aplicarse desmanchadora, depiladora, leche limpiadora, crema facial y tinte en el cabello. Mi abdomen es mi conciencia corporal, es chistoso y realmente fofo, representa 6 o 7 meses de preñez como mínimo. A decir verdad es una de las herencias de mi madre. Mi  hermosa y estúpida y masoquista madre, ella es realmente hermosa, estatura mediana, rubia, un lunar en el cuello y otro en forma de dirigible en la nalga izquierda. Si no fuera por esa barriga... Ella alega que es producto de cuatro embarazos, pero bueno, yo tengo igual número de abortos (que dolieron como un putas) en mi prontuario  y no es para tanto ¿O sí?, así que hago cien abdominales diarios y tomo veinticinco vasos de agua, es horrible, realmente horrible. Yo sé que si fuera una persona realmente valiosa y realmente valiente, no asumiría preocupaciones tan indignas, sé que las llantas que se bambolean en mi cintura y las estrías, la celulitis que agrieta mis muslos como naranja mecánica, no le quitan ni le ponen nada a nadie. He sido delgada y chupada e igualmente infeliz.


Que dulce palpar mi cuerpo de cara a la pálida luna del armario de la tía Adriana, para luego acostarme con la luz encendida, para que el espectro que dormía junto a mi y no me permitía conciliar el sueño no me atacara por sorpresa. Me vigilaba, me poseía en el sueño, era una masa informe, negra y gaseosa, yo abandonaba mi cuerpo y salía a flotar suspendida desde el cielo raso, observándome a mi misma dormir en el lecho, mientras la cosa se revolvía sobre si misma preparándose para abalanzarse sobre mi cuello. Abría los ojos y sentía la presión en mi garganta. Mis alaridos despertaban a la familia, noche a noche.

Así que es inútil hacer ejercicio como un atleta y ser anoréxica si no puedo dormir como Dios manda.





Ese es solamente una parte del problema, el cabello se me cae por mechones,  tengo las tetas hinchadas, un dolor menstrual intolerable, bronquitis, catarro, gonorrea y caries. Pero hay un remedio contra todo eso, existen droguerías, liposucciones, odontólogos y comida para ratas. Pero no hay nada, absolutamente nada que pueda hacer para dejar de ser lo que soy. ¿Que soy? Bueno, soy Rodríguez,  en principio, lo cual da lo mismo que ser el hijo de los cojones aunque a mi abuela se le parta el alma alegando y echando mano de la dignidad, del orgullo de pertenecer a tan buena familia.
VETE A LA MIERDA ABUELA


Antes que nada, y para que después no digan que soy una guache maleducada, tengo el placer de presentar a ustedes a la venerable matrona Doña Raquel Sucardi De Rodriguez. Su matrimonio fue, lo que llaman los cronistas sociales, "una boda inolvidable". "De madrugada, la novia opaco  a las rosas con su lozana distinción e hizo participe a los invitados de su radiante felicidad en unión de su novio, exitoso y elegante caballero de promisorio futuro..."



Fueron (son) totalmente desgraciados. Mi abuelo tiene cáncer en la piel, está ciego, neurótico. Pero claro, es una excusa excelente para que ella se autocompadezca, no le permite aprender a valerse por sí mismo, tiene que vivir para él, para quejarse por que le duele la cadera, el hipotálamo y la tiroides,  pero debe bañar a su esposo, echarle polvo Jhonson en los testículos, inyectarlo, recoger por toda la casa pedazos de carne pútrida; educar a un nieto hiperactivo, vulgar y maleducado que saca espantadas a las niñeras y al tiempo, permanecer compuesta para atender visitas ante las cuales ser toda una dama, digna, sacrificada, intachable con 12 hijos y un malparto a sus espaldas (mi abuelo llegó una madrugada borracho con sus amigos, ella tenía seis niños varones y cuatro meses de gestación, llovía, el deseaba seguir bebiendo, el personal del servicio no estaba, quiso obligarla a salir a comprar aguardiente, la empujó escaleras abajo, era una niña, y duerme en un frasco de formol, entre los peines  y diamenas de un armario labrado a mano desde hace cuarenta y dos años). Mi abuela, soy dura con ella y lo sé, pero una mujer capaz de formar a un ser tan despreciable como mi padre no merece nada distinto.


¿Sentir compasión por ella?, tal vez:  -"Si no me aman compadézcanme, no tengo la culpa de que mi marido me haya estafado, de que mis hijos no me asignen tarjetas de crédito, yo hice lo que debía hacer, debía parir, ser fiel y preparar banquetes en navidad, no viajé porque mis hijos estaban pequeños, no me divertí porque debían encontrar a su madre al llegar a casa todas las noches, y cuando estudiaban hasta el amanecer, contar con malteada de mora y un sándwich preparado, además, una mujer separada está mal vista,  yo cumplí ante Dios y ante los hombres, le debía dar ejemplo a mi hija, debía cuidarla de los hombres, darle instrucciones a sus hermanos para que la mantuvieran vigilada, porque ella es la menor, la consentida, y había que casarla bien y para encontrar un buen marido debía tener buena reputación, ser educada y discreta, y la educación sólo la ofrecen las monjas, porque el temor de Dios es la base de una buena vida  y hay que temerle y servirle, porque si no, se pone bravo con nosotros y nos quita la plata. Y había que enseñarle, que todos los hombres son iguales, que todos la harán sufrir por igual, y que es preferible sufrir en la opulencia que cosiéndole ropa a cinco mocosos y a un marido borracho, por eso, hay que espantarle esos novios que tiene, que son unos mediocres-comunista-clase-media, sí señor, porque mi hija tiene entre sus piernas el honor de la familia y mis hijos son unos picha loca, pero eso está bien, para eso son hombres, para eso son guapos y están bien alimentados y profesionales para más señas, pero eso sí, que esas arribistas que se suben en sus carros que ni se crean. Que ellos se van a casar con aristócratas, ni más faltaba..."



Es insoportable vivir con la amarga verdad de donde vengo. Me inyectaron el veneno de muy pequeña, me transmitieron su mala sangre, su malquerencia, su desconfianza. Son los seres más hipócritas que se pueda concebir, sin llegar a ser brillantes, sólo religiosos hasta el sufrimiento.


Recuerdo al tío Boris, un hombre sinceramente piadoso y entregado a la verdad suprema, estuvo sindicado de estafa cuando ocupaba un alto cargo en el área administrativa del congreso de la República  y me consta, que uno de sus oraciones habituales,  es la que implora por la salud espiritual de los que quisieron confinarlo en el lugar donde debería estar, no porque fuera culpable (carece de iniciativa para realizar ese tipo de buenos negocios) pero un hombre con tan ardientes deseos de ser bueno necesita ser martirizado para alcanzar la perfección, una respetable temporada en la cárcel modelo, un tour por los más bajos laberintos de la abyección humana, le hubieran dado a su oración, estoy segura,  una pasión infinita,  su santa palabra ascendería vía módem a los ángeles y los arcángeles, y el perdonaría a sus violadores, es tan bueno, tan buen hijo, tan buen esposo, pero esta terrible, definitiva, irremediable y eternamente muerto, gusanos rosados se incuban en las arterias de su corazón. Sin embargo, todo en el tiene una aureola de bienestar, sus pedos son el acompañamiento final perfecto del "yo pecador". En algún momento intentó inyectarme sus prejuicios, su resentimiento, su CATÓLICA PREPOTENCIA.  Pero yo nunca les pertenecí. Y es comprensible que no me perdonaran ¿Usted lo hubiera hecho?.
No es del todo malo crecer entre psicóticos, no fue sólo el  que mamá tuviera la saludable costumbre de romper mis paraguas en la cabeza de papá, ni de que las peloteras escandalosas que estremecían las paredes y provocaban el cuchicheo de los sirvientes fueran protagonizadas indistintamente por mamá-tíos-tía-abuelo-papá-tíaspolíti cas-primos. Me refiero al hecho de que a pesar del humo y de las luces de colores que maquillaban la fachada familiar, dándole apariencia de normalidad, existía un margen de vida real, era un resquicio aparentemente tenue, pero si metías mano en él, si lo observabas, te succionaba.  Te empujaba a la evasión, al no pensamiento, al no sentir, al no decidir, sólo imaginar, contemplar indiferente la barahúnda, los castillos de copas de champagne, pudines y banquetes sobre los cuales se erigían  matrimonios, destinos y sueños. En el nopasado no hay miedo. En el nopasado no hay futuro, sólo imágenes sedosas y olores que navegan a través de tu cuerpo en candentes oleadas de calor.
La casa de mis padres era verde, inmensa, elegante, de altos arcos y ventanas de hierro forjado. El árbol del jardín crecía perezosamente, generoso e indolente a las recriminaciones de mi tía, maldiciéndolo y recriminando a la familia el no amputar esa fabrica de basura y hojas secas.  Las tardes eran un cielo ilimitado como una esponjosa alberca cósmica color zanahoria, remolinos de viento salado embestían el auto de papá al atardecer, recuerdo sus manos fuertes y muy cuidadas sosteniendo mis manos sobre el volante, las nubes descendiendo hasta nosotros. Mis amigos jugaban béisbol en la calle, el mundo era grande y bueno, era aún posible caminar con alegría por las calles, esperar Plaza Sésamo a las cuatro de la tarde por la televisión, hacer turno con mis amigos, apostando a quien veía primero la carreta del pan, comprar montones de mogollas azucaradas,  aplastar las para luego untarles arequipe y mantequilla. Comprar golosinas, muchas golosinas de todos los colores, esconderlas entre las vajillas, adorar la frialdad de las baldosas, la danza de las traslúcidas partículas polvorientas a través de la luz que se filtraba por la ventana a las tres de la tarde, El periódico El Espectador todas las mañanas sobre el sofá de la sala, el pasillo oscuro, las habitaciones interconectadas, la gata que se colaba a la cocina a robarse la comida. Y mi madre, escondiendo sus joyas en la ropa de invierno. Tener siete años, la madrugada azul, el golpeteo en las puertas, tío Alberto quiere entrar, va a estrangular a su hermana.
La gata duerme entre las herramientas del abuelo, nadie la quiere, pero igual viene siempre, entra por las ventanas, salta en la cama y se toma el pasillo de acceso a la cocina. Es sonámbula, de día y de noche, maúlla y corretea, y se cuela, aunque las puertas estén cerradas, aunque las ventanas estén cerradas. Se asoma por los cuartos y deja recuerdos de mierda en la sala. La gata, la mama gata que lleva neonatos pelados y sangrantes en el hocico de tejado en tejado. Los vecinos dicen que por culpa del parásito que se alimenta en su pelaje mi tía no queda preñada, pero mi abuela comenzó por novena vez una novena, y las novenas de mi abuela funcionan, a las buenas o a las malas.
Los Rodríguez se marcharon hace 15 años de la ciudad. El árbol fue descuajado y la casa demolida. Mi abuela se sienta sobre las tres de la tarde en el jardín a cuidar a su esposo, cuchichea con voz ronroneante con tía Adriana como-si-no-hubiera-pasado-nada. En Bogotá también hay césped, también hay árboles y nietos. Pero la tarde no es una infinita alberca cósmica color zanahoria, no es ni siquiera un charquito amarillo, es la misma tarde, la tarde de siempre que no pasa, que no avanza ni se desgasta, costó treinta años de trabajo, un préstamo bancario,  muchas mentiras y los servicios de un prestigioso arquitecto.  Una tarde sin adjetivos, sin olores ni luz en los ojos, una tarde a secas, de la cual  no es necesario agregar nada.
La noche es perfecta, la noche siempre es perfecta. Me aferro a la certeza de que el universo es algo más que un pozo oscuro, un útero muy ajustado en el que sólo vale,  a lo que parece, tener un cuerpo bonito y un pedazo de alma que dé brillo a los ojos.
Duermo en mí, en mi cama, en mi cuerpo, en mi noche, en mi sitio, es cálido, pequeño, peligroso, duele tocarlo, se muere al tocarlo, no le pertenece a nadie, se pertenece a sí mismo, y tomará venganza, estoy segura.
Sé que mi habitación no es mejor ni peor que otros lugares, sé que la humanidad es igualmente inconsciente, igualmente bestia, igualmente manipulable en el cielo y el infierno. Fue muy amargo el descubrimiento de que la vida en la tierra carece de sentido,  que nuestro dolor y nuestra angustia le son indiferentes al curso de las estrellas. ¿Somos juguetes de un sádico Dios burlón que disfruta poniéndonos zancadillas, como un niño que le coloca obstáculos a una hormiga, impidiéndole refugiarse de la lluvia?, ¿La expresión "Dios lo quiso así" o "Dios escribe derecho en renglones torcidos", no es un sofisma para justificar la reconocida incapacidad de ese Dios para manejar con justicia las cosas del mundo?.
La terrible convicción de que Dios es un pobre y mediocre sádico incompetente, impone la palabra azar. Esa es mi verdad, y no me hace más feliz ni menos feliz, ni mejor ni peor persona, pero tengo las cosas en claro y eso es suficiente.
Mira que llena esta la iglesia... tienen miedo. Intensidad, no saben que la respuesta está en la intensidad: Si vas a tirar, hazlo hasta sangrar; si odias, que tu fuerza sepulte catedrales; si eres una hoja al viento, que tu mediocridad sea un canto inaccesible que inspire carminas y sonatas.

Intensidad, la caricia profunda, la mano en el seno, la boca, la humedad. Caricias hay que valen y justifican toda una vida. La piel es la única verdad. ¡Maldita sea! ¡Que destino nos hemos ganado las criaturas condenadas a sentirlo todo!
 
 

Eva Durán

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